Every morning there's a halo hanging


Todas las mañanas del mundo le miraban con sus ojos. No importaba donde estuviera, con quién se cruzara. Enfrente, en los ojos de los demás, estaban aquellos otros que un día le miraban fijamente, como si no existiera nada alrededor.

Sólo ocurría por las mañanas. Sólo la primera mirada que se cruzaba con la suya. En el banco, en un parque, en aquel tipo oscuro que intentaba venderle pañuelos en el semáforo de la calle Mayor.

A veces eran marrones, otras azules. La mayoría de las veces, las mañanas y los ojos a los que se enfrentaba eran de colores.

Tras meses de extrañeza por aquel curioso asunto, decidió dejarse llevar. Mantenía coversaciones con los dueños de aquellos ojos que no sabían que sus miradas habían sido suplantadas por otra, que se asomaba a todas las mañanas del mundo en busca de las suyas.
Empezó por un tímido "Buenos días" al gorrilla del aparcamiento, que respondió con un insulto entre dientes a la calderilla que le dejaba aquel loco que sonreía.Un día se atrevió con el " te echo de menos" que le llevaba quemando meses: la barrendera no supo que contestar y buscó una cámara oculta.
Cada vez se fue atreviendo con frases más elaboradas, consiguiendo respuestas de todo tipo de aquellos interlocutores que ignoraban cómo seguir con su diálogo.
Viajó y, en distintos idiomas, en este nuestro mundo lleno de mañanas, seguía departiendo con aquella primera mirada que se cruzaba, como si fuera la suya. Como quien cambia de vidas, de rutinas y sigue pidiendo el mismo café ( leche fría y dos de azúcar, por favor) allí donde se para.

Y un día, ocurrió.

Aquella mirada que se cruzaba todas las mañanas del mundo, en todo un mundo de mañanas, coincidió, punto por punto con la mirada original. El color, la temperatura, el sonido, las severas líneas negras que salían de la pupila como rayos en la tormenta, rasgando un iris que escondía más de lo que decía.

Era ella, sin duda.

Y, aquella mirada, le resultó desconocida. No tenía nada que decir, por primera vez. Cerró los ojos, contó hasta tres. Siguió caminando. Contó hasta diez. Los abrió. Un niño con cara de haberse olvidado los deberes encima de la mesa de la cocina le observó tras las legañas de las mañanas de colegio. Aquel señor parecía contento de verle, como quien se reencuentra con un viejo amigo. Le miró desde arriba, le sonrió y, mirándole fijamente a los ojos, empezó a contarle qué había soñado la noche anterior, como si llevara toda la vida haciéndolo.


Mj

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2 Responses
  1. Paula Says:

    Jo niña, no se por qué no escribes más a menudo... siempre me dejas con la boca abierta.
    Genial!


  2. Anónimo Says:

    Qué curioso! Reconocía las miradas pero no a la gente...
    Y qué bonito!