I've been watching you spring by summer fall

Es difícil ver un gato negro en una habitación oscura, especialmente cuando el gato no está. Pero mandando al pequeño a buscar el gato negro en la habitación de al lado, tendría por delante un respiro de unos cuantos minutos de respoderle monosílabos a lo lejos.
Mamá me había obligado a sacarlo conmigo esa tarde. No sé muy bien si para que actuase un poco de hermano mayor o para dejar ella de actuar como madre durante una tarde.

Y allí estaba conmigo, bajo juramento solemne, porque cuando haces algo así con un niño, mejor ponerse tan serio como se pueda. No debía contarle nada a nadie. Esa fue la única razón por la que le dejé acompañarme a la casa abandonada.

La casa se levantaba, por decir algo, al lado de un parque lleno de niños, que usaríamos como tapadera. Tenía todos los tópicos de las casas abandonadas: ventanas con tablones de madera enclavados, desconchones de humedad, hierbajos a la entrada, alguna pintada tachada por otra pintada, y un par de leyendas de todo género. Tuvo su tiempo de esplendor, aquella casa, cuando se descubrió que el salón estaba totalmente lleno de paquetes de folios en blanco. Ninguno de los vecinos sabía el por qué de aquello, lo descubrieron casi por casualidad y todos entraban a por su parte de aquel pastel por escribir.

Así descubrí yo el resto de la casa. Me colé a por mi parte del papel pirata y, con él en la mano, exploré el resto de las habitaciones en busca de más tesoros. En una de ellas, la habitación de la chimenea ( típico, ¿verdad?) me senté sobre el suelo de madera. No sé muy bien qué esperaba...que pasara algo, un ruido que diera a entender que había fantasmas, algo que contar.

Y cuando buscaba qué contar, apareció ella. No la vi hasta que estuvo a mi lado, conteniendo la respiración y no me atreví a mirarla directamente, en parte porque me daba miedo que me reprendiera y, en parte, porque temía que se desvaneciera con sólo una mirada.
Porque ella "estaba" pero sabía que no era así. Más que verla, la sentía. A mi lado, curiosa. Y entonces, ocurrió: me puse a rellenar aquellos folios como si cada latido me estuviera chivando palabras. Una tras otra. Folio tras folio.

Desperté del trance en el que estaba cuando ella rió. Podía oirla. Pero al girarme, ya no estaba. Y yo me había quedado sin palabras. 50 folios, por las dos caras, con letra apretada, a veces hasta romper el papel. Releí lo escrito camino a casa. Era una historia muy buena...pero yo no recordaba haberla escrito.
Sin saber muy bien por qué, presenté aquella historia a concursos, bajo asombro de mis padres. Gané, por unanimidad. De repente, tenía dinero ganado por un don que todos, incluido yo, desconocían.

¿Y qué hice? Lógicamente, volví a la casa. Varias veces. Me sentaba allí, tranquilamente, con los folios abandonados hasta que ella aparecía y entonces trazaba, como un pintor con su musa, palabras susurradas en el silencio. Una y otra vez.

Ahora, a mis 18 años, había pasado de joven promesa a escritor consagrado. Pero mis padres seguían usándome como canguro. Y para mi novela número 13, la de las supersticiones, había vuelto, por supuesto, a la casa, a la habitación. Con un portátil en lugar de folios. Con mi hermano pequeño en la habitación de al lado buscando un gato negro ( el de las supersticiones) que no existía. Y allí no pasaba nada.

Tras una hora, empecé a escribir por mí mismo, seguro de que mis manos sabrían el camino. Pero no. Construía frases sin belleza. Incluso cometía faltas de ortografía. Respiré hondo, seguro de que, tarde o temprano, aparecería. Eran muchos años juntos. No iba a abandonarme.

- Lo he encontrado - escuché detrás de mí y, en seguida, un maullido.

Extrañado, me giré pensando que sería una casualidad. Tendría que haberle puesto a buscar un perro azul.

- Ahá. Muy bien. ¿Has conseguido que tus ojos se acostumbren a la oscuridad para poder verlo, verdad? - le miré fijamente, quería una explicación.

- Nooooo. Ha sido ella. Me lo ha dado ella - dijo. Y giró la cabeza a la derecha y arriba, sonriendo. Yo miré allí también y no había nada. No veía nada. Le miré de nuevo a él. Seguía sonriendo y le brillaban las pupilas. Aquel brillo sí que lo reconocí. Era el mismo que tenían las mías cuando salía de aquella casa. Cuando llevaba una historia nueva bajo el brazo.

Las había perdido. A sus palabras. A sus historias. A ella. La había perdido a ella. Ya no podría verla sin mirarla. Había perdido. Y él estaba allí, con un gato negro en los brazos sin saber que era heredero de lo imposible. De la inmortalidad de una musa caprichosa. Y su gato.

Mj

Esto y más en Cuentacuentos
6 Responses
  1. Anónimo Says:

    Es raro lo que siento al apenas terminar de leer. No sé cómo explicarme Mj, como si el texto me tuviera deparado algo más.
    Me gustó el relato. Pero me queda la intriga de ese no sé que: espero que sea una hostoria que tu musa me regale.

    Un beso desde este sur


  2. Galamina Says:

    Jo, ¿y que quieres que te cuente si tu ya lo has contado todo?

    Cuando he terminado de leerla un escalofrio me ha recorrido y he dicho ¡joder, es buena!

    Gracias por este regalo.


  3. Anónimo Says:

    Hay cosas en la vida que no se deberían perder como la capacidad de emocionarse por cualquier tonteria o dejarse llevar sin un objetivo claro. Y nos empeñamos en crecer aunque yo solo tenga ganas de abrir la puerta y salir del coche en marcha


  4. Anónimo Says:

    Buenérrima!!!! Con esa naturalidad con la que escribe siempre, como si realmente tuvieras una musa (o un muso, que ya puestos a elegir...) que te va chivando las palabras al oído.

    Un besino!!!


  5. Anónimo Says:

    ...y todos entraban a por su parte de aquel pastel por ( leer )escribir...
    Que magia tiene la musa que nos cuenta, por dios!
    un besin
    LaMaGa


  6. alguien Says:

    Señorita, insisto! Sólo tienes un día, ve a mi blog, es un reto que es una pequeña tontería pero he pensado en ti :)
    muac!