Horas de humo



Cuando se quiso dar cuenta, era otra vez otoño. Había pasado otro año y él seguía allí, esperando, esperando, esperando.
¿Cuánto tiempo hacía de aquello¿¿6, 7 años? A quién quería engañar, sabía que llevaba así exactamente 2917 días.
2917 días atrás, estaba enamorado. Cegado de amor, más bien. Pero ella(al recordarla se hizo luz en aquella oscura habitación, después de todo, seguía perdidamente enamorado) , ella era la fuente y solución de todos sus problemas. Siempre pensó que cambiaría, que acabaría sentando la cabeza, que se convertiría en la chica cabal y responsable que él quería que fuera. Y que también, en ese mismo instante, dejaría de adorarla.
Por eso la seguía en cualquiera de sus empresas, por ilógicas y arriesgadas que fueran. Hasta aquella fatídica noche.
“Un negocio seguro”-le dijo con aquella voz matizada por años de tabaco-“ me hago con las joyas, las vendemos y salimos de aquí, para siempre”
Y él la creyó. Creyó que con aquel salir de aquí para siempre ella cambiaría. Si conseguían dejar atrás aquella ciudad, podrían ser otros. Podría dejar, quizá, de adorarla.
Trazaron el plan que, como todos los planes de huida, salió mal.
Todavía, cuando vuelve la vista atrás, no se explica cómo pasó. Ella disparó a la anciana, apretando el gatillo como quien realiza un gesto aprendido con la práctica. Él, desde el otro lado de la habitación cerró los ojos al ver y oír el disparo, consciente de que acababan de condenarse.

“¡¡Vete de aquí!!”

Tomó la decisión en segundos. Asumiría la culpa, pondría sus huellas en el arma. La salvaría del fatal desenlace.
Una vez sólo en el piso de la anciana, con la cabeza entre las manos, vio la colilla. Allí estaba, lo último que podría tener de ella. Lo único que jamás habría podido tener de ella.

Una colilla, el resto del carmín de su boca llena de pájaros, las cenizas de lo que habían sido. Y el humo, resto de lo que ya no serían.

La encerró en uno de los pastilleros que encontró por la casa y salió al exterior.

Paró al primer taxi que encontró y le indicó con un escueto “ la comisaría más cercana, por favor”. Mientras veía la ciudad a través de los cristales y dibujaba círculos en el vaho, llegaron. Su mirada se cruzó con la del taxista en el espejo retrovisor. Aquellos ojos le inspiraron confianza. Quizá podría confesarle todo lo que había pasado, librarse del peso de la culpa por lo que iba a hacer…
“Hemos llegado”-la voz que correspondía a los ojos cortó su tren de pensamiento.
Pagó el importe, cogió aire y salió fuera. Cuando cruzó el umbral, buscó en el bolsillo el pastillero…que no estaba. Miró atónito cómo el taxi se alejaba, sin poder moverse, sin poder articular palabra. Había dejado caer todo cuanto tenía.

Cabizbajo, cruzó el umbral y confesó el crimen al primer agente que encontró. Ya todo daba igual.


- Se han dejado algo aquí... - dijo la siguiente usuaria. Se trataba de una cajita pequeña y metálica con forma de pastillero.
- Gracias – dijo el taxista.
- Parece un pastillero, ¿no?. Pues, menuda gracia... imagínese que lleva alguna medicación para el corazón o algo así... esperemos que no la eche demasiado... en falta... usted ya me entiende - elucubró la mujer en voz alta.
Aprovechando el siguiente semáforo, decidió abrir la cajita:
- Es una... colilla arrugada. Nada más. Una colilla de... Ducados. Con su filtro manchado de carmín... mire... - dijo mientras se lo mostraba.
- El último cigarrillo de una mujer, sin duda... - dijo asomando la cabeza.
- Pero... antes que usted... montó un caballero... el pastillero tiene que ser suyo...
- ¿Por qué razón iba a llevar ese hombre, en el bolsillo, una cajita con la colilla de una mujer?



El taxista siguió con el pastillero en la guantera un par de días más, imaginando mil y una razones e historias. Hasta que un par de días después, vio una inscripción, una dirección. Movido por la curiosidad, fue a devolverlo a quien creía era su legítimo dueño.
Pero en aquella casa sólo estaba la policía, recabando pistas de algún oscuro crimen. Al contarles su historia, todo les cuadró. Alguien había confesado, sí, pero la ceniza que quedó en el piso y aquella colilla hicieron que la investigación continuara y dieron con ella, la dueña del carmín, la mujer de humo.

Y pasó otro otoño. Y él seguía encerrado, esperando, esperando, esperando. A decirle a ella que nunca la traicionó. A decirle que la sigue adorando, desde lo oscuro de su celda. A darle las gracias al taxista, por haber leído en sus ojos, en aquel cruce de miradas, qué era lo que tenía que hacer.



Mj


Esta historia no hubiera sido posible sin la idea vertida por Simpulso. Gracias :)



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6 Responses
  1. Carabiru Says:

    Qué extraño es el amor, ¿verdad? aún sabiendo que ella no le convenía, la amaba igual, tanto como para joderse la vida por ella.

    Buen cuento.


  2. Klover Says:

    Me ha gustado (grrr...no me gusta empezar un comentario con algo tan manido pero...es que estoy grogui -que novedad XD-) porque tu forma de desenvolverte entre las letras y la lente con la que miras es diferente y de ahí no podría resultar otra cosa. Sin embargo, me ha parecido un poco cogido por los pelos el desenlace del arresto de la chica...quizá contado demasiado rápido no sé...pero no me ha resultado del todo creíble. De todas formas, y como siempre, he disfrutado con tu escrito. ¡Un besazo doctora! (y...no me sueltes los perros anda ^^ XD )


  3. Pugliesino Says:

    Languidece aguardando el momento,desespera al mismo tiempo que ello es lo que le da fuerzas soportar cada día que pasa.Describes a lo largo de la narraciòn ese amor que sobrepone a todo,incluso al asesinato cuya victima pasa fugázmente.La muerte,la ley,el tiempo,su vida misma quedan en segundo plano ante ella.
    Una idea muy buena la que llevas a cabo y muy bien desarrollada.Enhorabuena a los dos!!
    Un abrazo eMJi


  4. Anónimo Says:

    Ey!
    Una historia donde los cabos terminan por atarse.
    Muy buena la vuelta que das con la caja antes de que se descubra la verdera incógnita que, seguro, llevaba de cabeza a la policía.
    Me gustan estas historias, sí! ^^
    Un beso.

    Hell.


  5. Jan Lorenzo Says:

    Ya ves... A veces hacemos mil tonterías por amor y por eso mismo, porque están echas por amor y no por egoísmo creemos que son menos tontería...

    Quien no haya echo una locura/tontería por amor, es que no ha amado nunca...

    Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.


  6. Anónimo Says:

    Aunque suene a simple, he de decir que me ha gustado mucho. Está muy bien relatado, la trama es interesante a la par que intrigante y el final... Sin palabras. Chapó por tu historia :)

    Es cierto eso que dice el relato, sobre que a veces nos enamoramos y pretendemos cambiar a esa persona, aunque sepamos de sobr que es imposible... Me has hecho reflexionar.


    Un beso dulce