Le escuché en silencio porque escupir aquella historia parecía costarle demasiado. Supongo que por eso en lugar de contarla, la cantaba.
En aquel tugurio perdido en el fondo de un callejón oscuro de la ciudad, el cantautor burlaba la censura y cantaba entregado a su público, siempre fiel.
Yo ocupaba una mesa cerca de la barra y apuraba tranquilo la copa que me había arriesgado a pedir, a pesar de la Ley Seca que reinaba sobre el país pero que en aquel local, como en otros tantos ilegales, estaba abolida.
Pocos eran los que se atrevían a hacer sombra con sus ruidos o palabras a los acordes de la guitarra y a la voz serena y profunda. Aquella historia, aquella voz, aquellas canciones, estaban prohibidas en nuestra ciudad. Instaban a la revolución, no tanto la armada que tanto revuelo podría causar, sino a la que empieza por uno mismo, cuando uno se da cuenta de que las piezas no encajan y lucha callada pero firmemente en busca de una solución, de un cambio. El amor, la amistad, la política y el dolor se mezclaban en armonía mientras los ojos verdes del cantante escrutaban a la audiencia en busca de un gesto cómplice.
Y allí estaba yo, infiltrado en un mundo de resistencia, a punto de acabar con aquel espejismo de libertad.
Lo peor es que yo no siempre había sido así.
Cuando contaba con la edad de la mayoría de los allí presentes, también fui como ellos. También creí que el mundo podía ser cambiado y confiaba en ser parte del cambio, de las manos que labraran un futuro mejor. Pero la edad, la suerte y la ironía del destino hicieron que mi padre me encontrara un trabajillo en el bando contrario, el que repudiaba con todas mis fuerzas. Y no pude rechazarlo. El dinero que entraría en mi casa sería más que útil, indispensable.
Así que acepté y, poco a poco, fui ascendiendo. Llegó un punto en que todo me daba igual. Me había traicionado a mí mismo de tal manera que dejé de pensar, de sentir y ellos vieron en mí un asesino a sueldo, frío y calculador, que mataba sin remordimientos porque ya los había quemado todos.
Dos años matando gente en su nombre. Y, un par de días atrás, llegó el siguiente encargo.
El cantautor empezaba a hacerse notar. Sus palabras empezaban a calar hondo en la gente y aquellos para los que trabajaba querían arrancar el problema de raíz. Quizá alguien pudiera pensar que matarlo y, seguramente, convertirlo en mártir era una mala solución. Las leyendas sobre héroes empezaban también así.
Pero el pueblo hacía tiempo que sólo creía en personas de carne y hueso que pudieran guiarles hacia una lucha que ellos solos no podrían llevar a cabo, y menos guiados por un fantasma al que mataron por intentarlo. El pueblo, tristemente, había perdido la fe. Como yo.
Entre aplausos y conversaciones sobre cómo podrían ser las cosas si empezaran esa misma noche a arreglar el mundo, el concierto terminó. Esperé pacientemente a que el local se vaciara y salí tras él, con la mano tanteando el bolsillo en busca del arma.
- Perdona-le dije una vez estuve a su altura- quería felicitarte. Gran concierto, en serio
- Mmmm, gracias, de verdad. Espero que mis palabras no te hayan sonado huecas.
- Hubo un tiempo en que me hubieran calado hondo. En que hubiera salido a comerme el mundo tras escucharte. Pero eso ya es sólo un recuerdo.
Se paró, extrañado. Normalmente la gente que le paraba y hablaba con él tras los conciertos era gente con esperanza. Con media sonrisa me miró y dijo:
- No puedes hablar así. Siempre hay que tener esperanza. Las cosas pueden cambiar…
Entonces calló. Le apuntaba directamente al pecho y por mi mirada sabía que iba en serio. No era un fan loco. Era su verdugo.
- Entiendo - bajó la cabeza, pensativo- es el precio que he de pagar por decir lo que pienso y hacer que los demás se replanteen sus vidas tal y como las conocen, ¿no? Vas a asesinarme para acallar mi voz, para que no se oigan las protestas, para…
Interrumpí su discurso con un disparo y lo siguiente que salió de su boca fue un hilo de sangre. Le miraba fijamente mientras guardaba el arma de nuevo en el bolsillo de la gabardina.
- Deberías agradecerme lo que acabo de hacer. No te he matado por tus ideales, tampoco por sembrar la esperanza. Lo he hecho para que no te conviertas en alguien como yo. Acabo de salvarte de ti mismo.
En aquel tugurio perdido en el fondo de un callejón oscuro de la ciudad, el cantautor burlaba la censura y cantaba entregado a su público, siempre fiel.
Yo ocupaba una mesa cerca de la barra y apuraba tranquilo la copa que me había arriesgado a pedir, a pesar de la Ley Seca que reinaba sobre el país pero que en aquel local, como en otros tantos ilegales, estaba abolida.
Pocos eran los que se atrevían a hacer sombra con sus ruidos o palabras a los acordes de la guitarra y a la voz serena y profunda. Aquella historia, aquella voz, aquellas canciones, estaban prohibidas en nuestra ciudad. Instaban a la revolución, no tanto la armada que tanto revuelo podría causar, sino a la que empieza por uno mismo, cuando uno se da cuenta de que las piezas no encajan y lucha callada pero firmemente en busca de una solución, de un cambio. El amor, la amistad, la política y el dolor se mezclaban en armonía mientras los ojos verdes del cantante escrutaban a la audiencia en busca de un gesto cómplice.
Y allí estaba yo, infiltrado en un mundo de resistencia, a punto de acabar con aquel espejismo de libertad.
Lo peor es que yo no siempre había sido así.
Cuando contaba con la edad de la mayoría de los allí presentes, también fui como ellos. También creí que el mundo podía ser cambiado y confiaba en ser parte del cambio, de las manos que labraran un futuro mejor. Pero la edad, la suerte y la ironía del destino hicieron que mi padre me encontrara un trabajillo en el bando contrario, el que repudiaba con todas mis fuerzas. Y no pude rechazarlo. El dinero que entraría en mi casa sería más que útil, indispensable.
Así que acepté y, poco a poco, fui ascendiendo. Llegó un punto en que todo me daba igual. Me había traicionado a mí mismo de tal manera que dejé de pensar, de sentir y ellos vieron en mí un asesino a sueldo, frío y calculador, que mataba sin remordimientos porque ya los había quemado todos.
Dos años matando gente en su nombre. Y, un par de días atrás, llegó el siguiente encargo.
El cantautor empezaba a hacerse notar. Sus palabras empezaban a calar hondo en la gente y aquellos para los que trabajaba querían arrancar el problema de raíz. Quizá alguien pudiera pensar que matarlo y, seguramente, convertirlo en mártir era una mala solución. Las leyendas sobre héroes empezaban también así.
Pero el pueblo hacía tiempo que sólo creía en personas de carne y hueso que pudieran guiarles hacia una lucha que ellos solos no podrían llevar a cabo, y menos guiados por un fantasma al que mataron por intentarlo. El pueblo, tristemente, había perdido la fe. Como yo.
Entre aplausos y conversaciones sobre cómo podrían ser las cosas si empezaran esa misma noche a arreglar el mundo, el concierto terminó. Esperé pacientemente a que el local se vaciara y salí tras él, con la mano tanteando el bolsillo en busca del arma.
- Perdona-le dije una vez estuve a su altura- quería felicitarte. Gran concierto, en serio
- Mmmm, gracias, de verdad. Espero que mis palabras no te hayan sonado huecas.
- Hubo un tiempo en que me hubieran calado hondo. En que hubiera salido a comerme el mundo tras escucharte. Pero eso ya es sólo un recuerdo.
Se paró, extrañado. Normalmente la gente que le paraba y hablaba con él tras los conciertos era gente con esperanza. Con media sonrisa me miró y dijo:
- No puedes hablar así. Siempre hay que tener esperanza. Las cosas pueden cambiar…
Entonces calló. Le apuntaba directamente al pecho y por mi mirada sabía que iba en serio. No era un fan loco. Era su verdugo.
- Entiendo - bajó la cabeza, pensativo- es el precio que he de pagar por decir lo que pienso y hacer que los demás se replanteen sus vidas tal y como las conocen, ¿no? Vas a asesinarme para acallar mi voz, para que no se oigan las protestas, para…
Interrumpí su discurso con un disparo y lo siguiente que salió de su boca fue un hilo de sangre. Le miraba fijamente mientras guardaba el arma de nuevo en el bolsillo de la gabardina.
- Deberías agradecerme lo que acabo de hacer. No te he matado por tus ideales, tampoco por sembrar la esperanza. Lo he hecho para que no te conviertas en alguien como yo. Acabo de salvarte de ti mismo.
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* Para S., por transformar una semana horrible haciendo magia sólo con una guitarra y sal. Gracias.
* Para S., por transformar una semana horrible haciendo magia sólo con una guitarra y sal. Gracias.
Por un momento pensé que no lo haría, que por un instante cambiaría, pero no, me ha sorprendido.
Acabar bien habría sido no propio de la vida, que al fin y al cabo es lo que sucede, que nunca sale bien.
muchos besos chiquilla.
Jara
¿Ves? Este relato está mucho mejor que el anterior. Tiene un final inesperado, es una historia original y creíble, en la que has sabido dar vida y personalidad propia a los personajes. Sólo has de pulir un poco más el diálogo, hacerlo algo más natural, pero por el resto, me ha gustado mucho :)
Enhorabuena^^
Un beso,
Mun
Hola!! Me encanta la manera tan limpia que tienes de escribir , es como una carretera americana en la que sólo tienes que poner el automático y dejarte llevar, con buena múscia, por supuesto. Te puedes creer q aún no tengo el disco de los Interpol?No tengo perdón, lo sé. El último párrafo del relato me ha parecido como que corta un poco el rollo que llevaba el resto del texto, no sé, creo que no hacía falta aclarar por qué lo mataba, es más, creo que lo hace por dinero, no como la actuación de un ángel de la guarda, pues si lo fuera emplearía otros métodos. De todas maneras el disparo aparece en el momento preciso. Aún sigues esperando en la hierba? Cambié el Summercase por un concierto de Antonio Vega en el Conde Duque. Te debo una, Mj, te debo una. :p
Vaya! Yo como Jara esperaba que cambiase de idea, pero como está claro que si es un buen cuento es precisamente porque finalmente le mata, porque la vida es así, no la he inventado yo, como dice creo que una canción.
Me gusta como nos llevas a través del relato hasta ese disparo.
Muy bueno! creo que me ha gustado tanto...porque yo hubiera escrito el mismo final, o muy parecido. En esta historia la esperanza se pega de bruces con la abrumadora realidad. Y ésta lo cambia todo, lo retuerce todo, amarillea las fotos y acalla las conciencias.
Me ha gustado mucho, sé que ya lo he dicho, pero nunca está de más. Muy bien escrito.
Besosss
pd: te ha faltado un "SUMERCASSE (III)" en plan "Aarón me invitó a desayunar y a conocer un poco mejor Madrid". Que aquí también se vive bien, pero ya sabes...sólo de noche ;)
Hola Mj!
Esperaba un final un tanto distinto...pero supongo que el que has escrito hace que el relato se recuerde más...Me ha gustado! Un besote! (perdona la brevedad...estoy haciendo un descansillo con los apuntes para septiembre ^^) Cuidate!
¡WOW! ¡Genial! Esa frase final me ha calado hondo, muy hondo...
Que hubiera quedado más bonito si no le hubiera matado, seguro! Pero soy una amante de los finales tragicos porque son los que más dentro llegan.
Felicidades y un saludo.
los mercenarios damos asco
sin embargo, lo unico bueno de nosotros es que SABEMOS que somos mercenarios
precioso relato
besos!
Me ha sorprendido el final, yo también pensaba que no lo mataría, pero es mejor así. En mi opinión le sobra la explicación del porque lo hace, pero es sólo mi opinión.
Me gusta como escribes, sigue así.
Un abrazo.
Recuerdo cuando por el irregular adoquinado del espacio sonaban los pasos ténues pero firmes de tu presencia bajo el impecable clima extremeño sobreponiéndose a hostiles adversidades no exentas de fantasmas que iban siendo vencidas por una ilusión y fe en ella que cuando te leo maravillas como esta no puedo menos que decirte chapeau eMJi!! No por el hecho aislado de este relato, sino por toda una trayectoria.
Siempre estuviste y siempre estaré.
Y de nuevo mi felicitación por contarnos una historia diría que completa. Se van superponiendo la vida, la vida del momento en que se desarrolla, la vida que reflexionamos al leerla, la vida de la protagonista, la de su familia, en apenas dos líneas geniales la vida del cantautor, la vida de una sociedad acallada, las vidas que se reducen a un hilo de sangre. Y al final la muerte salva una vida.
Un disparo, sin mas extensiones filosóficas, una escena fantásticamente descrita, todo el relato en si. Enhorabuena!!!
Un abrazo enorme!
Es muy fuerte.
La esperanza es lo únco que mantiene al hombre lejos de hombres como el asesino.
Creo que fue Cortázar quien dijo:
matar a un hombre no es matar un ideal es simplemente matar a un hombre.
YYYY???? Recibido?
Es lo más impresionante que te he leido.
Esto sí que es una historia con un cantautor entre los personajes y no lo que yo hice la semana pasada!
Creo que voy a tener que leérsela a mi madre, ya sabes... jejeje ;)
Es brutalmente dura, pero también muy pero que muy buena!
Aplausos a montones y un besote muy gordo!!
Neni, esta vez me has dejado alucinando!! La verdad es que me has dejado con ese final....
Increíble!!
Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.
Ese anónimo de ahí arriba soy yo!! Niobiña!!